Al Borde del Abismo: La Noche que Cambió Todo

La lluvia caía sobre París con una constancia solemne, como si intentara limpiar las sombras de la ciudad. Era una de esas noches en las que el gris se asentaba en cada rincón, incluso en el alma. Filip, un joven gato inglés de aire melancólico y porte delicado, caminaba con paso errante por las estrechas calles, en dirección al viejo puente que cruzaba el río.

Al llegar apretó las manos contra el frío hierro del puente, mirando el agua negra que corría bajo sus pies. como si esperara encontrar en el río una respuesta o un final. La niebla espesa del Sena envolvía la ciudad como un susurro que parecía llamarlo. En esa noche oscura, todo en él parecía haberse apagado: Sus pensamientos eran oscuros, atrapados en un ciclo de desesperanza que parecía inquebrantable. El mundo, en ese instante, le parecía vacío y ajeno, un lugar sin propósito ni consuelo. El deseo de luchar, la esperanza y la vida misma... Ya no significaban nada. No había nadie a su alrededor, ni un alma que pudiera notar su presencia, y eso le ofrecía una mezcla de liberación y desolación tan profunda que apenas podía respirar.

De pronto, un sonido cortó el silencio; unos pasos ligeros y seguros se acercaban desde la oscuridad. Filip apenas tuvo tiempo de darse la vuelta cuando una figura apareció junto a él. Era una joven de aspecto tranquilo y cálido, sus ojos radiantes y llenos de una extraña mezcla de compasión y determinación. Parecía completamente fuera de lugar en ese puente solitario y en aquella hora, como si una fuerza invisible la hubiera traído ahí, justo en ese preciso momento.

"¿Planeas saltar o solo admiras el río?" preguntó ella con una leve sonrisa, rompiendo la tensión con una naturalidad desconcertante. Su acento francés era suave, casi musical, y su tono no mostraba ni un atisbo de miedo o reproche.

Filip, atónito, no supo qué responder. La intensidad de su mirada lo desarmó, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que alguien realmente lo veía, más allá de su tristeza y su desesperación. La joven, al notar su vacilación, se acercó un paso más, tan cerca que él pudo percibir el ligero aroma a jazmín que desprendía.

"Soy Éclat," dijo, extendiéndole una mano como si estuviera presentándose en cualquier encuentro cotidiano. Había algo en su manera de ser, en su confianza casi desafiante, que intrigaba a Filip, despertando un leve destello de curiosidad entre las sombras de su mente.

Éclat mantuvo su mano extendida, observando a Filip con una calma que parecía imposible. Él la miró, como si sus ojos azules fuesen la primera luz que veía en mucho tiempo, y, sin saber exactamente por qué, finalmente aceptó su mano. Su toque era cálido, y esa calidez recorrió su cuerpo como una chispa inesperada.

“¿Por qué estás aquí, a esta hora?” preguntó él, con la voz rota, incapaz de ocultar su asombro. Su acento inglés contrastaba con el de ella, como si proviniesen de mundos distintos, pero en aquel momento se sintió irrelevante.

Éclat lo observó con una mirada profunda y casi insondable. “No lo sé,” dijo suavemente, “algo me dijo que alguien aquí necesitaba… compañía.” Hizo una pausa, y sus labios se curvaron en una sonrisa amable. “Quizás no sea más que una coincidencia. Pero…” agregó con voz suave, “yo no creo en las coincidencias.”

Hubo un breve silencio. La neblina seguía descendiendo, envolviendo a ambos en una especie de burbuja, aislados del resto del mundo. Era como si el tiempo se hubiera detenido en ese puente sobre el Sena, solo para ellos dos.

“¿Por qué deberías quedarte?” La pregunta de Éclat fue directa, sin rodeos, pero no había dureza en su voz, solo una curiosidad honesta, una invitación a sincerarse.

Filip no respondió de inmediato; su mirada vagaba entre el río y el rostro de Éclat. “No lo sé,” murmuró al final. “Ya no siento que importe, que nada importe.” El peso de esas palabras lo dejó aún más exhausto, como si admitirlo en voz alta lo despojara de cualquier esperanza restante.

Sin embargo, Éclat no apartó la mirada ni se desanimó. Al contrario, le apretó un poco la mano, dándole una fuerza que él no creía que pudiera recibir de una desconocida. “¿Y si hubiera algo que importara, Filip?” dijo, pronunciando su nombre con una suavidad que lo sorprendió. “¿Algo que aún no has encontrado?”

Sus palabras lo descolocaron, como un eco lejano en su interior que comenzaba a despertar. ¿Algo que aún no había encontrado? ¿Qué era aquello de lo que ella hablaba?

Justo cuando él se disponía a preguntar, las luces de un bote iluminaron brevemente el puente, dejando entrever la figura de Éclat con más claridad. En su cuello, Filip notó algo que no había visto antes: un delicado collar con un colgante en forma de corazón, tan luminoso que parecía latir con vida propia. Sin saber por qué, ese pequeño detalle lo conmovió profundamente.

“Ven,” dijo ella, tirando suavemente de su mano, apartándolo de la barandilla del puente. “Vamos a caminar. A veces, solo se necesita dar un paso fuera de la oscuridad para comenzar a ver la luz.”

Y, sorprendentemente, Filip la siguió. No comprendía del todo por qué, ni qué significaban esas palabras, pero algo dentro de él le pedía que confiara. La siguió, sus pasos resonando en la noche parisina, alejándose poco a poco del borde del abismo que, hasta hace un momento, parecía su único destino.

Mientras ambos se adentraban en la neblina, un extraño sentimiento empezó a brotar en su corazón: una mezcla de alivio y curiosidad, como si una puerta se hubiera entreabierto, mostrándole un camino que jamás imaginó. 

Y en ese instante, mientras sus pasos resonaban en la quietud de la noche, una pregunta comenzó a formarse en su mente, una pregunta que cambiaría el curso de su vida.

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